El incremento del riesgo geopolítico esta semana ha dejado en un segundo plano la publicación de unos datos macro en Estados Unidos que trasladaron un sesgo un tanto mixto, pero destilando un mayor enfriamiento del mercado laboral, tras la fuerte caída registrada en el número de renuncias y, sobre todo, un componente de empleo del ISM manufacturero que descendió hasta la zona de los 43 puntos. El ataque de Irán sobre Israel tuvo efectos bastante importantes en los mercados, al menos en un inicio, el flujo inversor buscó refugio en la deuda pública, vendiendo los activos de riesgo y, sobre todo, se notó con una fuerte subida del precio del petróleo que llegó a subir un 3,0% en las primeras fases del conflicto. El martes a las 8 de la tarde Irán lanzó 180 misiles sobre Israel. Todo el mercado está pendiente de si se trata de un gesto superficial como en ocasiones anteriores o si es algo más serio. El precio del petróleo ha estado muy presionado al alza esta semana ante este conflicto, cualquier posicionamiento orientado a retirar de la producción los 3,3 millones de barriles que bombea Irán en la actualidad, ya sea total o parcialmente, tendría la capacidad de cambiar las reglas del juego que se intuyen para el año que viene. En este sentido, conviene tener presente que, derivado de las señales macro de debilidad, especialmente en la economía China, la AIE planteó para el 2025 un incremento de la demanda de petróleo de tan sólo 900.000 barriles, lo que trasladaría un escenario de leve sobreoferta. Sin embargo, una alteración en la aportación de Irán bien podría justificar un contexto contrario, lo que trasladaría valoraciones bastante por encima de las actuales.


En el nuevo y turbulento escenario geopolítico todo es posible, incluso anticipar pública y abiertamente cuál puede ser la reacción de Israel al ataque perpetrado por Irán el pasado martes, soslayando que las palabras de un dirigente mundial pueden influir, y mucho, en los mercados, ya de por sí nerviosos y tensos ante la delicada evolución de los acontecimientos en Oriente Próximo. El miedo a que una escalada bélica en la región pueda interrumpir, o al menos estrechar, los flujos de petróleo en la zona se vio ayer alimentado por el mismísimo presidente de Estados Unidos, Joe Biden, quien, en un insólito reconocimiento, admitió la posibilidad de que la respuesta israelí a los casi 200 misiles lanzados por Irán sea un ataque a las instalaciones petrolíferas de la república islámica, miembro fundador de la OPEP, uno de los mayores exportadores de crudo del cartel, a pesar de que su industria está lastrada por las sanciones internacionales, y uno de los países con mayores reservas del planeta, por detrás de Arabia Saudí o Venezuela. Al ser preguntado sobre si Estados Unidos respaldaría un ataque de Israel a las infraestructuras petroleras de Irán, Biden admitió que “estamos discutiendo eso”, frase que los mercados interpretaron como una puerta abierta a esa represalia. El resultado, un nuevo rally del petróleo, que ayer se disparó un 5% y superó los 77 dólares por barril, su cota más alta desde finales de agosto.
La cotización del Brent encadena así su quinta jornada consecutiva al alza, enjugando parte de las pérdidas acumuladas en el último trimestre y dejando en positivo el contador en lo que va de año, ya que en 2023 cerró en el entorno de los 75 dólares. Las palabras del mandatario estadounidense, admitiendo que la industria petrolera iraní podría estar en el punto de mira de la anunciada revancha del Gobierno de Benjamin Netanyahu, desbordaron el dique de contención levantado la víspera por la OPEP+, que, en medio de la creciente tensión en Oriente Próximo, decidió mantener sus planes de aumentar la producción de crudo a partir de diciembre para evitar seguir perdiendo cuota de mercado frente a otros productores mundiales, anuncio que el miércoles atemperó, y mucho, la subida del Brent.
El aviso a navegantes de Biden, fuera o no un lapsus, se produjo en un contexto en el que también se conjeturaba con un hipotético ataque a instalaciones nucleares iraníes, lo que encendió las sirenas de alarma de la Administración estadounidense, para la que esa es una línea roja que Tel Aviv no debe traspasar. El propio presidente estadounidense advirtió el miércoles al Gobierno de Netanyahu que no apoyará un posible ataque a ese tipo de infraestructuras energéticas. “Discutiremos con los israelíes lo que van a hacer”, afirmó Biden, quien, no obstante, dejó claro que Israel “tiene la necesidad de responder”.
Sobre hasta qué punto pesan el apoyo y los deseos de Washington en las decisiones del Gobierno hebreo, Biden subrayó ayer que “nosotros no permitimos nada a Israel; aconsejamos a Israel”, sugiriendo al tiempo que la represalia no será inmediata:
“No va a pasar nada hoy” (por ayer). La cautela con la que Biden se conduce a la hora de pedir prudencia al Ejecutivo israelí, cuya incursión terrestre en el Líbano ha disparado la tensión en la zona, tiene mucho que ver con el ciclo electoral. Con las elecciones presidenciales a la vuelta de la esquina, la actual Administración de Estados Unid, gobernada por el Partido Demócrata, no quiere incomodar al importante voto judío estadounidense, y menos en un contexto en el que, según sondeos recientes, este parece inclinarse por la candidata demócrata Kamala Harris en detrimento de Donald Trump.
La prometida réplica de Israel ha relegado temporalmente las otras grandes preocupaciones del mercado petrolero, la debilidad de la demanda global y, sobre todo de China, cuya economía, según la OCDE, dibuja una curva descendente en 2024 y 2025. Ahora, el foco está centrado en el alcance de esa represalia, si ésta se produce efectivamente sobre la industria petrolera iraní, y cómo podría afectar ello al suministro de crudo, cuyo principal damnificado sería precisamente China. Se estima que Irán exporta entre 1,6 y 1,8 millones de barriles diarios de petróleo, de los que el grueso, 1,5 millones, tienen como destino el gigante asiático.
En este agitado contexto, Libia anunció ayer que en breve reanudará la explotación de sus pozos petrolíferos bloqueados por la crisis política del país, lo que podría contribuir a paliar esa posible pérdida de suministro en Irán, ya que Libia podrá recuperar los 1,2 millones de barriles diarios que extraía antes de esas crisis y que se vieron reducidos a 400.000.

Esta semana ha cerrado el tercer trimestre del 2024 en el que las bolsas globales han cerrado un trimestre positivo y mucho más repartido que la primera mitad de año. La recuperación de beneficios más extendida en Estados Unidos junto con las buenas perspectivas de crecimiento en las empresas medianas y pequeñas europeas han permitido que las subidas en los índices sean acompañadas por un mayor número de compañías. Asimismo, la presión regulatoria sobre algunos nombres como Alphabet y unos resultados buenos, pero no sorprendentes por parte de Nvidia han frenado los explosivos avances en las siete magníficas. Finalmente, cabe destacar la acelerada recuperación en China tras los sorpresivos estímulos de la semana pasada. En España, el índice Ibex cerró su tercer mejor mes del año (+4,1%), encadenando tres meses de subidas (+8,5%), algo que no lograba en más de tres años.

Esta semana Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo (BCE) apuntó a una nueva bajada de los tipos de interés en la cumbre del 17 de octubre que se celebrará en Liubliana, capital de Eslovenia y que este año acoge la tradicional cita externa del banco central, la única fuera de su cuartel general de Fráncfort. En su discurso ante el Comité de Asuntos Económicos y Monetarios del Parlamento Europeo, Lagarde destacó que “los últimos acontecimientos fortalecen nuestra confianza en que la inflación volverá a alcanzar su objetivo de manera oportuna. Lo tendremos en cuenta en nuestra próxima reunión de política monetaria en octubre”. Los recientes datos de inflación parecen haber cambiado el rumbo adoptado por la autoridad monetaria. Aunque se esperaban descensos en la inflación por debajo del objetivo del 2% que marca la estabilidad de precios, las lecturas resultaron mucho más bajas de lo anticipado. En Francia el crecimiento de los precios se ha relajado hasta el 1,2%, mientras que en España se ha moderado hasta el 1,5% y en Alemania hasta el 1,6%, lo que apunta a una inflación en la zona euro también mucho más reducida. Hasta hace una semana, una mayoría de miembros en el Consejo de Gobierno del BCE veía con buenos ojos acometer una rebaja de los tipos de interés por trimestre, coincidiendo con la publicación de nuevos datos macroeconómicos. El BCE cuenta con un mandato de estabilidad de precios simétrico, lo implica que es tan negativo alejarse del 2% por abajo que por arriba. En ese sentido, una desviación grande debería obligar a la autoridad monetaria a acelerar el paso de la relajación monetaria igual que en 2022 la fuerte escalada de los precios le llevó a subir los tipos de interés sin ambages. El hecho de que Lagarde, que se ha caracterizado por lograr amplios consensos en el Consejo de Gobierno, haya apuntado directamente a la reunión de octubre para un potencial nuevo recorte de los tipos de interés avanza que al menos una parte importante de los representantes considera que los últimos datos de inflación tienen relevancia suficiente como para acelerar los recortes. La actividad económica también apremia. Aunque el BCE espera un crecimiento del 0,8% este año y 1,3% en 2025, Lagarde admitió ante los europarlamentarios que “la recuperación está experimentando vientos en contra”, lo que también podría ejercer presión para acelerar el ritmo de las bajadas de los tipos. La autoridad monetaria, a diferencia de la Reserva Federal de Estados Unidos, no tiene un doble mandato que incluya la preservación del empleo o el crecimiento. Sin embargo, el Banco Central Europeo no quiere causar daño innecesario a la economía con sus elevados tipos de interés y diferentes miembros de su órgano de decisión han repetido que el riesgo de ser demasiado duros es ahora tan relevante para sus decisiones como el de quedarse cortos en la lucha contra la inflación. Por el momento, los futuros sobre el precio del dinero en la zona euro descuentan con una probabilidad superior al 90% un nuevo recorte en la cita de octubre, cuando antes de la intervención de Lagarde se situaban en el 80% que alcanzaron tras los recientes datos de inflación.
Por su parte el presidente de la Fed, Jerome Powell, comentó este lunes que continuará bajando los tipos de interés en un periodo determinado de tiempo, pero que no tiene prisa por hacerlo, ya que esperará a que se den las condiciones adecuadas. Para él, es importante que la senda hacia una inflación del 2% se cumpla, pero también que el empleo y el consumo privado muestren crecimientos estables antes de que la Fed adopte de nuevo una postura neutral.
Otra noticia que me ha llamado la atención esta semana, y que es significativo del momento en el que se encuentra el mercado es que la recompra de acciones está comenzando a perder su brillo y las cifras están cayendo. El volumen actual apunta a que el año 2024 será incluso peor que 2020, cuando el Covid relegó esta práctica por la necesidad de acopiar todo el dinero posible para protegerse ante imprevistos. Ahora queda menos dinero en las arcas y las cotizaciones al alza restan atractivo a la adquisición de acciones propias. Así lo indican los 146.520 millones de euros que han destinado a recompras en lo que va de año las empresas y los bancos de las principales bolsas del mundo, según los datos de S&P Global Market Intelligence. Ese volumen representa una caída del 35% sobre el acumulado en el mismo periodo del año pasado, pero lo más llamativo es que está por debajo de los 159.900 millones que se movilizaron entre enero y septiembre de 2020. Si la tendencia se mantiene, 2024 arrebatará al año de la pandemia el mínimo de los últimos tiempos y se quedará muy lejos de los casi 400.000 millones que se destinaron a recompras en el ejercicio récord de 2022. La parte positiva es que cada vez más entidades se lanzan a adquirir títulos propios. La moda ha calado, los fondos son partidarios de esta práctica y las empresas y los bancos se resisten a aparcarla. Las operaciones en lo que va de año ascienden a 983, más que en el mismo plazo del año pasado y el máximo desde al menos 2019. Pero cada vez lo hacen por menos dinero. La subida más drástica y rápida de los tipos de interés tiene mucho que ver con ello, aunque solo afecta a una parte de los protagonistas de las recompras. Los bancos han disparado sus beneficios gracias a unos créditos más caros, pero las empresas han visto encarecerse su coste de financiación y están comenzando a agotar las reservas de caja que acumularon durante el Covid y que en buena parte han devuelto al mercado con las adquisiciones. A eso se une la inflación, que afecta a todos por igual y que eleva los costes, y un horizonte de menores beneficios para los bancos por los recortes de los tipos, que vendrán acompañados por mayores cargas de capital que presionarán la solvencia y harán que haya menos para repartir.
También la evolución en Bolsa es un factor importante. Las recompras tienen mucho atractivo cuando las cotizaciones son bajas y las acciones se adquieren a precios de ganga, pero la situación cambia cuando los títulos están en máximos, como pasa ahora en buena parte de las bolsas mundiales. Un ejemplo es el de la banca, que en Europa ha estado haciéndose con sus títulos muy por debajo de su valor en libros, o de muchas empresas, que han estado invirtiendo a una ratio de precio de las acciones sobre beneficios (PER) deprimida. Ya no es así. Las brechas se han reducido. BBVA y CaixaBank han superado su valor contable o están cerca de hacerlo y en Estados Unidos las compañías del S&P 500 están cotizando a un precio sobre beneficios muy por encima de la media de los últimos 10 años.
S&P también ha detectado que el frenazo en la recompra de acciones es muy reciente, al menos en las empresas estadounidenses. Los cuatro primeros meses del año mantuvieron el ritmo. Ha sido desde mayo y sobre todo en los meses de verano cuando el volumen se ha desplomado, coincidiendo con las mayores dudas sobre un aterrizaje suave de la economía tras la restricción monetaria.

Esta semana Blackrock publicaba su informe semanal en que subía exposición a la Renta Variable China (Overweight) tras el estímulo anunciado la semana pasada, y daban un mensaje más constructivo sobre el mercado inmobiliario global (https://www.blackrock.com/us/individual/insights/blackrock-investment-institute/weekly-commentary).

Además, la semana pasada se produjo el mayor flujo comprador de Hedge Funds en bolsa china en mucho tiempo.

La fuerte subida de las bolsas durante este 2024 es puesta a prueba de vez en cuando ante la aparición de riesgos geopolíticos, monetarios o económicos que hacen preguntarse a los inversores si las valoraciones han ido demasiado lejos. A comienzos de agosto se produjo una tormenta por el miedo a un brusco frenazo de la actividad en Estados Unidos y a las subidas de tipos en Japón, todo volvió a la normalidad con las bajadas de tipos de la Reserva Federal y los estímulos en China y ahora la situación en Oriente Medio pone de nuevo en alerta a los mercados.
De aquí a fin de año, los analistas de TS Lombard apuntan a cinco riesgos clave para la escalada tradicional que las bolsas suelen vivir en otoño.
El primero es la posibilidad de una escalada militar en Oriente Medio, en caso de que Israel entre en una confrontación directa con Irán. La principal vía de transmisión de este conflicto es el precio del petróleo, y TS Lombard recuerda lo sucedido en 2022 cuando la invasión de Ucrania encareció la energía y daño acciones y bonos. En opinión de esta firma, sin embargo, “el escenario más probable” en el mercado del crudo es lo sucedido con el shock de Libia en 2013, que elevó el precio del barril un 15%. Para los analistas de UBS, “en el peor caso de una guerra en varios frentes, los precios del petróleo serían una correa clave de trasmisión del conflicto a los mercados globales. Aunque Irán tiene interés en mantener los flujos de energía sin obstrucciones en la región, por su dependencia de las exportaciones, cualquier impedimento a esos envíos, problemas en la ruta del estrecho de Ormuz o daños a infraestructuras críticas podría llevar el barril por encima de los 100 dólares durante varias semanas”. A su vez, ese golpe inflacionista podría llevar a nuevas dudas en la senda bajista de los tipos de interés, lo que explica la importancia del flujo petrolero para los mercados.
En segundo lugar, TS Lombard apunta a los datos de empleo que Estados Unidos que se publican hoy. Aquí, los inversores pueden encontrarse ante dos escenarios negativos, si el paro ha subido mucho, puede implicar que el país está en recesión. Si no es así, significa que la economía sigue fuerte y entonces no hace falta que la Reserva Federal recorte tanto como se preveía. “Nuestra apuesta va por el segundo escenario”, apunta la firma de análisis.
El tercer riesgo, según TS Lombard, serán los datos de consumo en China que se publican la semana que viene. “Los números serán débiles, pero asumimos que esto provocará nuevas actuaciones de Pekín [para estimular la economía]”.
El cuarto riesgo, ligado a la situación también en China, es la previsión de crecimiento del país para 2025 que dará el Gobierno chino en los próximos meses. “Las autoridades deberían mantenerla alrededor del 5%, lo que sería una señal para el mantenimiento de los estímulos”, indica el informe.
Y el quinto gran peligro de este otoño caliente para los mercados es, por supuesto, la celebración de las elecciones a la presidencia de los Estados Unidos en noviembre. Una victoria de Donald Trump, especialmente si va acompañada de un dominio republicano del Congreso, podría ser inflacionista al imponer tarifas a todas las importaciones que llegan al país.
TS Lombard admite que las valoraciones de Bolsa son muy altas para el entorno geopolítico actual, “pero la crisis de Oriente Próximo no es el conflicto que las va a reducir”. Y, además, según UBS, desde 1941 el S&P ha subido en los doce meses posteriores a una crisis geopolítica en dos terceras partes de los casos. Pero a corto plazo, la Bolsa afronta toda una carrera de obstáculos para cerrar el año en máximos.
Importante esta semana:
En Estados Unidos ayer se suspendió la huelga de estibadores que tenía en jaque a los principales puertos de la Costa Este de Estados Unidos y Golfo de México. El impacto estimado de esta paralización era de unos 1.000-5.000 millones de dólares diarios y ejercía gran presión sobre la Casa Blanca al crear agitación a falta de un mes para las elecciones. Las asociaciones han extendido los contratos en vigor hasta el 15 de enero, para reiniciar las negociaciones hacia subidas en los salarios del +61,5% en los próximos seis meses y obtener mayor protección ante los avances en automoción.
También en Estados Unidos ayer se publicó el dato de ISM de servicios que sorprendió al alza desde 51,5 a 54,9 (51,7 estimado). Destacó un componente de empleo situándose en terreno de contracción al pasar de 50,2 a 48,1 (50,0 estimado).
Los datos preliminares de inflación de España y Francia que se publicaron la semana pasada salieron por debajo de lo esperado y fueron el empujón que quedaba para que los mercados se decidiesen por descontar de manera mucho más indisimulada una nueva rebaja de tipos por parte del BCE para la próxima reunión de octubre, ya el 80% de los analistas de Bloomberg esperan una rebaja de tipos.


Parece que el endurecimiento de la política monetaria en la eurozona ha cumplido su objetivo, doblegar la curva de la inflación o, si se prefiere, enfriar la escalada de los precios que durante dos años ha tenido en jaque a las economías del Viejo Continente, castigando el poder adquisitivo de empresas y familias. El problema es que toda terapia de choque tiene efectos secundarios y estos se plasman en un fuerte resfriado de la actividad industrial que amenaza con ralentizar, e incluso estancar, al conjunto de la economía del bloque. El IPC armonizado en la zona euro se moderó hasta el 1,8% interanual en septiembre, según avanzó ayer Eurostat. Son 4 décimas menos que en agosto y su nivel más bajo desde abril de 2021, cuando la inflación se situó en el 1,6%, antes de que la reapertura de la economía tras el Covid y los desajustes entre oferta y demanda que provocó espolearan el peor shockinflacionario en décadas.
Estos datos de inflación, como digo, allanan el camino al BCE para profundizar en su giro hacia una gradual relajación de los tipos de interés para evitar un mayor deterioro de la economía. De momento, la autoridad monetaria europea ha efectuado dos recortes en el precio del dinero desde junio, el último el 12 de septiembre, cuando situó la tasa de depósito en el 3,5%. Y todo apunta a que este mes de octubre tendrá lugar el tercero. “Los últimos acontecimientos fortalecen nuestra confianza en que la inflación volverá a alcanzar su objetivo de manera oportuna. Lo tendremos en cuenta en nuestra próxima reunión de política monetaria en octubre”, afirmó el lunes la presidenta del BCE, Christine Lagarde, abriendo la puerta a una nueva rebaja en la reunión que la entidad mantendrá a mediados de mes.
Sin embargo, aunque el fuego esté controlado quizás aún sea pronto para darlo completamente por extinguido, dada la persistencia de presiones inflacionistas en el sector servicios. De hecho, el freno en la escalada de los precios en septiembre se debió fundamentalmente al fuerte abaratamiento de la energía, que cayó un 6%, ya que en el resto de la cesta de la compra de los europeos las alzas fueron, con mayor o menor intensidad, la nota dominante, con los servicios a la cabeza, que se encarecieron un 4%. El sector encadena cinco meses con incrementos similares, lo que evidencia que la inflación se ha atrincherado ahí. Hace apenas quince días, la propia Lagarde advertía de que “la inflación del sector servicios se está mostrando resistente y persistente”.
A ello se añade que la inflación de los alimentos frescos repuntó hasta el 1,5% en septiembre, frente al 1% del mes anterior, mientras que los precios de los alimentos procesados, el alcohol y el tabaco subieron un 2,7% por cuarto mes consecutivo. Por contra, los bienes industriales no energéticos se encarecieron un 0,4%, prosiguiendo la tendencia a la moderación de los últimos meses. Tampoco la inflación subyacente (excluyendo energía y alimentos frescos) acaba de dar su brazo a torcer, con un alza del 2,7%, solo una décima menos que en agosto. En cualquier caso, ante el temor a un mayor enfriamiento económico (“la recuperación está experimentando vientos en contra”, admitió Lagarde el lunes), el BCE parece inclinar la balanza del lado de una relajación más rápida de su política monetaria, aprovechando el buen dato de septiembre y el hecho de que en 12 de los 20 países del euro el IPC armonizado se encuentra ya por debajo del 2% (ver información adjunta), objetivo de referencia de la entidad, cuyo mandato, en sentido estricto, es el control y estabilidad de los precios.


En Reino Unido el PIB final del 2T24 se revisó a la baja hasta el 0,5% intertrimestral por el peor comportamiento del gasto público y del sector exterior.
Esta semana en China hemos conocido la confianza de los empresarios, el PMI compuesto privado elaborado por Caixin se situó en 50,3, ligeramente por debajo del 51,2 previo, aunque todavía en terreno de expansión. Por componentes, los servicios decepcionaron al ubicarse en 50,3 frente el 51,6 estimado, mientras que el de manufacturas se posicionó en 49,3, por debajo del 50,5 previsto, volviendo a terreno de contracción.
En España este martes conocimos que el empleo alcanzó nuevos máximos. Los datos de afiliación a la Seguridad Social resultaron alentadores, en septiembre, el empleo aumentó en 22,2 mil trabajadores, alcanzando así un total de 21,2 millones de afiliados, ambos datos ajustados por estacionalidad. Por otro lado, el paro sube en 3.164 personas, muy por debajo del incremento de 19.768 personas en septiembre de 2023.
Israel e Irán se cuelan en la campaña electoral de EEUU. Gideon Rachman. Financial Times.
Durante el último año, la Administración Biden se ha esforzado por evitar una guerra regional en Oriente Próximo, temiendo que pudiera arrastrar a EEUU o causar estragos en la economía mundial. Esta política está a punto de fracasar. Por segunda vez este año, Irán ha disparado misiles contra Israel, y EEUU ha ayudado a Tel Aviv a derribarlos. Jake Sullivan, asesor de seguridad nacional de Estados Unidos, ha prometido que habrá “graves consecuencias” para Irán y ha prometido que EEUU colaborará con Israel para garantizar que así sea. Esto suena como una amenaza de acción militar conjunta de EEUU e Israel contra Irán. En abril, se convenció a Israel de que limitara sus represalias a un nivel que los iraníes pudieran aceptar tácitamente y el intercambio de represalias se detuvo. Esta vez, parece mucho menos probable que se pueda evitar una escalada del conflicto entre Irán e Israel. Israel acaba de abrir un segundo frente en su guerra con sus enemigos regionales, con una incursión terrestre en Líbano que sigue a los devastadores golpes que ya ha asestado a Hezbolá, la milicia respaldada por Irán. Es posible que el gobierno de Benjamín Netanyahu quiera devolver el golpe a Irán, con la esperanza de causar un daño duradero a la república islámica y quizás a su temido programa nuclear.
Los iraníes habrán comprendido los riesgos de una respuesta israelí, y algunos en Teherán pueden temer estar cayendo en una trampa al volver a disparar misiles contra Israel. Pero no responder a los ataques de Israel contra Hezbolá –que siguen al asesinato en julio de Ismail Haniyeh, líder de Hamás, en Teherán– también habrá parecido un grave riesgo para Irán. La sombría lógica de la guerra y la disuasión hace pensar que una potencia que es incapaz de defender a sus aliados, o de responder a ataques en su capital, proyecta una imagen de debilidad. Y esta imagen puede dar lugar a nuevos ataques, al tiempo que conduce a una pérdida de influencia y prestigio. Detrás de su contundente discurso, es posible que la Casa Blanca siga instando a Israel a calibrar su respuesta y a no tomar represalias con tanta dureza que Irán se sienta obligado a escalar en su respuesta.
Tras retirarse de Afganistán, la Administración Biden no desea verse arrastrada a un conflicto en Oriente Próximo. Ahora que el ejército israelí combate en Gaza y Líbano, es probable que el Gobierno de Netanyahu tenga sus propias razones para no intensificar el conflicto directo con Irán. Pero si los israelíes deciden emprender una acción directa mucho más dura, ya han demostrado que están dispuestos a ignorar los llamamientos a la moderación de la Administración Biden. Es posible que la Casa Blanca espere que, si colabora con Israel, pueda ejercer más influencia sobre su respuesta.
EEUU llevaba muchos meses instando a Israel a que no lanzara un ataque contra Hezbolá. Después de que Israel iniciara las hostilidades el mes pasado, la Administración Biden se unió a Reino Unido, Francia y otros países para exigir un alto el fuego inmediato en Líbano. Una vez más, se le hizo caso omiso.
La disposición del Gobierno de Netanyahu a ignorar los deseos de su aliado más cercano y garante de la seguridad se deriva de una paradoja en el corazón de la política estadounidense. La Administración Biden puede instar a Israel a mostrar moderación en Gaza y Líbano, y de hecho lo hace. Pero también protegerá a Israel de las consecuencias de una escalada, mencionando el compromiso de defenderlo de Irán y de sus otros enemigos regionales. En consecuencia, Tel Aviv entiende que desafiar a la Administración Biden está prácticamente exento de riesgos. De hecho, incluso podría obtener algunos beneficios si consigue que Estados Unidos despliegue su poderío militar contra Irán.
Las posibilidades de que EEUU se niegue a respaldar a Israel en una crisis –siempre escasas– se reducen aún más por el hecho de que falta poco más de un mes para las elecciones presidenciales estadounidenses. Kamala Harris ha insinuado la posibilidad de adoptar una línea más dura con Netanyahu en Gaza. Pero también querrá proyectar una imagen de apoyo inequívoco a Israel en un momento de peligro. Y no puede arriesgarse a parecer blanda con Irán, con el que Estados Unidos tiene una larga historia de antagonismo que se remonta a la crisis de los rehenes de 1979-1981.
No obstante, la situación actual podría perjudicar a Harris. A Donald Trump le gusta afirmar que el mundo estaba en paz durante su presidencia, pero que la debilidad de la administración Biden ha provocado guerras en Europa y Oriente Próximo. Esta última escalada se ajusta perfectamente a su narrativa. Cada vez que se celebran elecciones presidenciales en EEUU, se especula sobre una posible “sorpresa de octubre” que dé un vuelco a la carrera a pocas semanas de la votación. Israel e Irán acaban de dar la sorpresa de octubre de estas elecciones, y Trump puede salir beneficiado.
Adjunto un artículo que leí este verano y con el que estoy muy de acuerdo:
Por qué India llegará a ser una superpotencia. Martin Wolf. Financial Times.
“Tengo la firme convicción de que, en 2047, cuando celebremos los 100 años de independencia, mi país será una India desarrollada”. Así se dirigió el primer ministro Narendra Modi a su población el Día de la Independencia en 2023. ¿Es factible su aspiración? Sí. ¿Es plausible? No. Pero sigue siendo probable que India sea una superpotencia para entonces, con una economía, en cierta medida, tan grande como la de Estados Unidos. ¿Cómo lo conseguirá? ¿A qué retos se enfrentará? ¿Qué significará para el mundo?
La semana pasada abordé el tema del futuro económico de India en una serie de conferencias en el Consejo Nacional de Investigación Económica Aplicada y en la Sociedad de Confianza y Unidad del Consumidor de Nueva Delhi. Ilustré el reto de que llegara a ser un país de renta alta comparando a India con el país más pobre considerado como “avanzado” por el FMI, Grecia.
En 2023, el PIB per cápita de India en términos de paridad de poder adquisitivo (PPA) era algo menos de la cuarta parte que Grecia. Si el PIB per cápita griego creciera sólo un 0,6% (su tendencia en 1990-2029, según las previsiones del FMI) y el de India un 4,8% (su tendencia en 1990-2029), el PIB per cápita de India sería sólo el 60% del de Grecia en 2047. Para que igualara al de Grecia, la tasa de crecimiento del PIB per cápita tendría que aumentar al 7,5% anual. Esa cifra no estaría muy por debajo de la de China entre 1990 y 2012, cuando alcanzó la asombrosa tasa del 9%.
El panorama del tamaño agregado es bastante diferente. Las previsiones de la ONU indican que en 2050 la población de India será de 1.670 millones de habitantes, frente a los 1.320 millones de China y 380 millones de Estados Unidos. Con más del cuádruple de población, no será difícil para India igualar la producción económica total estadounidense. Si el PIB de India creciera sólo el 5% anual hasta 2047 (muy por debajo de su tendencia en 1990-2029 del 6,3%) y el de Estados Unidos un 2,3% (su tendencia en 1990-2029), su economía (en PPA) igualaría a la norteamericana.
Estados Unidos seguiría estando más avanzado tecnológicamente y tendría una tasa de productividad mucho mayor. Además, es improbable que la destreza manufacturera de India llegue a igualar la de China: el porcentaje que representa su sector industrial en el PIB no sólo es mucho menor que el de China, sino que ya está en declive. Sin embargo, el tamaño importa: con su enorme población y una gran economía, India sería una superpotencia, no totalmente equiparable a China o Estados Unidos, pero sin duda una gran potencia.
¿Qué podría impedirlo? Una razón podría ser la ralentización del crecimiento económico mundial señalada en las Perspectivas de la Economía Mundial del FMI publicadas en abril. El impacto y el alcance de esta ralentización estructural (junto con la desaceleración de China y los cambios demográficos) podrían empeorar por un gran aumento del proteccionismo desencadenado por la posible reelección de Donald Trump. A más largo plazo, la crisis climática podría afectar al crecimiento económico, así como al bienestar humano en general, tal como argumenté la semana pasada. Tampoco es inconcebible una guerra entre superpotencias. Frente a esto, algunos esperan que la inteligencia artificial reactive el crecimiento económico. Pero eso es cuestionable.
Crecimiento y exportaciones
Un punto crucial es que los indios necesitarán que su economía crezca al menos el doble que la media mundial. Esto significa que sus exportaciones también tendrán que crecer al menos el doble para que el coeficiente comercial no caiga: de lo contrario, la economía sería cada vez más cerrada. En un reciente artículo, Shoumitro Chatterjee y Arvind Subramanian argumentan en contra de cualquier aversión al comercio. Señalan la creencia generalizada de que “India es un gran país con un gran mercado”. Pero el verdadero tamaño del mercado de bienes y servicios comercializables representa entre el 15% y el 45% del PIB, dada la pobreza generalizada.
Por otra parte, algunos argumentan que “las exportaciones no han sido importantes para el crecimiento indio”. Pero de hecho, las exportaciones han sido cruciales, entre otras cosas porque pagan las importaciones necesarias, incrementan la competencia y ofrecen acceso a los conocimientos técnicos mundiales. Por último, se argumenta que “las oportunidades globales están desapareciendo”. Pero la cuota de India en las exportaciones mundiales de mercancías (excluido el comercio intracomunitario en la UE) fue de apenas el 2,2% en 2022, frente al 17,6% de China. Incluso sus exportaciones de servicios comerciales sólo representaron el 4,4% del total mundial, muy por debajo del 12,8% de Estados Unidos y el 6% de China.
Además, y lo que es muy importante, India tiene puntos fuertes. Es un “más uno” obvio en un mundo de “China más uno”. India mantiene buenas relaciones con Occidente, para quien es estratégicamente importante. Pero también es lo bastante importante como para importar a todos los demás países. Podría ser lo que el FMI llama un “país conector” en la economía mundial. De hecho, puede y debería liderar la liberalización del comercio, a nivel nacional y mundial. India también cuenta con la ventaja de su diáspora, que tiene una enorme influencia, especialmente en Estados Unidos. Por último, sus grandes recursos humanos le dan la capacidad de diversificar y mejorar su economía con el tiempo. Debe aprovecharlo. En resumen, el tamaño da peso al país. India no sólo no está limitada por el mundo: puede y debe configurarlo.
Sin embargo, lo más importante es cómo se gestione a sí misma. Sus mayores retos son internos: mantener la estabilidad, mejorar la educación, defender el Estado de Derecho, modernizar las infraestructuras, proporcionar un entorno favorable para la inversión, fomentar la inversión extranjera y acelerar su cambio hacia las energías renovables. Las recientes elecciones me han hecho ser más optimista. El país debería seguir teniendo un Gobierno estable. Pero el partido BJP de Modi ha sido humillado. Espero que esto le persuada de centrar sus esfuerzos en la economía y el bienestar de la población, en lugar de en las guerras culturales internas del país. India puede ser una fuerza estabilizadora influyente e inmensamente importante en el mundo. Esperemos que esté a la altura de las circunstancias.
Mérito frente a diversidad. Ignacio De la Torre. Economista Jefe de Arcano
Las políticas denominadas diversity, equity and inclusión o DEI –diversidad, igualdad e inclusión– crecieron en paralelo al movimiento que las impulsaba, el denominado woke, sobre todo desde 2016 en EEUU. Muchas empresas adoptaron estas prácticas, que suponían la discriminación positiva de ciertos colectivos en procesos de selección y promoción, algo que solo puede producirse mediante la discriminación negativa de otros. Además, se intensificaron los programas de formación para reforzar el enfoque en la diversidad. En 2019, la junta directiva de la Business Roundtable, un think-tank de empresarios de máximo prestigio en los EEUU, adoptó además el principio de que el propósito de la empresa no debía limitarse a maximizar beneficios, sino que también había de tener en cuenta los intereses de otros stakeholders, relacionados en general con el personal y su alineación con las políticas DEI. Harvard analizó el comportamiento de los directivos que firmaron la declaración del BRT y obtuvo las siguientes conclusiones: i) prácticamente ninguna de las empresas había modificado sus objetivos de gobierno corporativo en los 18 meses posteriores a la firma de la política; ii) la mayoría seguía centrándose en maximizar el valor de los accionistas y sin hacer referencia a los stakeholders; iii) ninguna afirmaba tratar a estos últimos de forma diferente; y iv) las empresas firmantes afirmaron que no suponía un cambio substancial en su estrategia. En otras palabras, Harvard separó el grano de la paja. Harvard también analizó en 2012 el impacto de políticas de formación sobre diversidad aplicadas durante 31 años en 829 empresas. Concluyó que no funcionan, algo refrendado por otra publicación de 2016 (Dobbin, Kalev).
Durante los siguientes años se produjeron varios hechos importantes. Por un lado, el Tribunal Supremo de los EEUU declaró inconstitucional la discriminación positiva de ciertas razas aplicada por los departamentos de admisión de unas cuantas universidades, política que en general había supuesto la discriminación negativa de otras razas, sobre todo de la de estudiantes norteamericanos de origen asiático. Por otro, consumidores y ciertos líderes de opinión lanzaron campañas de boicot contra empresas woke, como la efectuada contra la cerveza Budweisser. Por último, nueve Estados pusieron en marcha legislaciones destinadas a penalizar la discriminación negativa resultante y amparada por políticas DEI en la contratación de personal.
Asociado a estos cambios subyace un elevado hastío de muchos ciudadanos ante el movimiento DEI. Una encuesta entre afroamericanos (efectuada por The Economist/You Gov) arrojó un sorprendente resultado: la mayoría apoya la decisión del Supremo de terminar con la discriminación racial positiva/negativa en la admisión de estudiantes. Además, el porcentaje de consumidores que opina que las empresas deben postularse en estos temas es cada vez más menguante. Por último, el mundo académico, en su inmensa mayoría, ha mostrado cómo apenas existe relación entre diversidad y rentabilidad de las empresas, y ha desenmascarado los estudios de consultoras que afirmaban lo contrario, señalando errores de bulto en estas últimas publicaciones (Green, Hand, Universidad de Carolina del Norte).
En este contexto, muchas empresas han ido desmantelando sus departamentos DEI. Por un lado, temen los riesgos legales de que la decisión del Supremo sobre universidades sea aplicable en ámbitos como la selección de personal. Por otro, buscan evitar ser expuestas a boicots de consumidores (algo a lo que alude el reciente libro Go Woke, go Broke). Por último, va permeando la objetividad de las publicaciones científicas.
Si todo esto es cierto, ¿a qué se debe entonces la vigencia del DEI? En un documental reciente titulado Am I a Racist? se entrevistaba a “consultores de diversidad”, que en algunos casos llegaban a cobrar honorarios de 7.500 dólares la hora. La expresidenta de Harvard, que difícilmente debió ser nombrada en base a su discreto historial de publicaciones (sobre diversidad) y que tuvo que dimitir por su vergonzosa actuación asociada a los estudiantes judíos, acordó mantener su salario de un millón de dólares tras su abandonar su puesto. Ahí tenemos posibles motivos para seguir creando una necesidad.
Frente al DEI, Callum Borchers, de The Wall Street Journal, ha señalado que Alexandr Wang, CEO de Scale AI, ha propuesto el movimiento MEI, acrónimo de “mérito, excelencia e inteligencia”, o sea, una vuelta a los criterios que deberían ser clave en la selección y promoción de la plantilla. En mi opinión, debemos volver a poner al MEI en valor frente al DEI, y preguntarnos qué es mejor para nuestra sociedad, para nuestras empresas y para el futuro profesional de nuestros hijos.
El semanario The Economist ha intentado mostrar cómo lo peor de la ola woke está quedando atrás. Para ello analiza factores como menciones en medios de comunicación, nivel de actividad woke en las empresas o número de académicos “censurados” (valga el oxímoron). Cuando este episodio termine del todo, muchos tendremos que afrontar nuestras conciencias, y preguntarnos si alguna vez fuimos partícipes de discriminar profesional o académicamente a una persona de mérito por el demérito de no ser diverso; entre otros, muchos varones jóvenes que no tenían vela en este entierro. Quizás en este diálogo con nosotros mismos acabe imperando una “E” más poderosa que la del DEI o la del MEI.
Buen fin de semana!!















































































































































